
Aceptemos que no podemos vestirnos de mujer con la frecuencia que nos gustaría. No importa cuáles sean nuestras circunstancias: viviendo con nuestros padres, con nuestra pareja, solas; siendo estudiantes o trabajadoras; con hijos o sin ellos, siempre vamos a querer pasar un ratito más con esa estupenda vestimenta, pero llegará la hora de tener que quitárnosla. A veces será porque el tiempo de estar solas ha llegado a su fin y llegará alguien a hacernos compañía, o tal vez porque debemos salir a la calle para ir a la escuela, al trabajo, a comprar algo o simplemente de paseo.
En algunas otras ocasiones lo que se interpone en nuestro camino femenino es la imposibilidad de adquirir una prenda. Quizá la vimos navegando por Facebook, pero no está en venta o, si lo está, no podemos permitirnos obtenerla. O tal vez la vimos en un anuncio espectacular de una marca de perfumes. Puede ser que se trate de un personaje de anime o manga y nosotras no somos cosplayers. Varias pueden ser las razones. Y es aquí en donde entra en juego nuestra imaginación. Tal vez no podemos portar nuestra prenda favorita de mujer, pero nadie nos impide imaginar que la llevamos puesta.
Como siempre, las aburriré con una anécdota de cuando era pequeña. Estaba yo en la secundaria y mis dos papás trabajaban en esa época. Regresaban cada noche a la casa alrededor de las 21:30, así que yo tenía unas siete horas de soledad cada día, soledad que obviamente pasaba vistiéndome de mujer con cuanta prenda de mi mamá podía. Lo malo de este asunto era que la ropa era de un estilo muy aseñorado, y teniendo yo 14 años, lo que quería era vestirme como una adolescente sexy. Entre mis prendas favoritas están las minifaldas, pero lamentablemente no tenía acceso a ellas.
Una toalla fue lo que vino a rescatarme. Sí, una toalla de baño. Me la enrollaba alrededor de mi cintura y era eso lo que hacía las veces de minifalda. Lo mejor era que, doblando uno de los extremos, podía darle exactamente la altura que yo quería. A veces hasta la rodilla, pero casi siempre era un poco más atrevida y la subía hasta los muslos. No tenía vello en las piernas en ese entonces, por lo que se me veía (según yo) genial. Por las mismas razones, tampoco podía obtener ni conservar una peluca, pero una vil bolsa de plástico, de esas que hace no mucho tiempo daban en los supermercados para guardar los víveres, era la encargada de convertirse en mi cabello. Con unas tijeras cortaba algunas secciones, generando tiras y voilà, hermosa y larga cabellera.
También recuerdo con nostalgia que solía ir a la papelería y comprar una bola de unicel del número diez u once (eso no lo recuerdo con tanta claridad), y cortarla por la mitad. Luego cubría los extremos cortados con cinta canela para evitar que se desprendieran las bolitas de las que está formado dicho material. Colocaba estas dos mitades en un bra, me lo ponía y ¡listo! Boobies espectaculares.
Uno de mis outfits preferidos de aquellos años era el que utilizaba el personaje de Chun-Li en la saga de videojuegos Street Fighter. Ella utilizaba algo parecido a un kimono chino, pero abierto de ambos lados hasta la cintura. Siendo yo una estudiante sin ingresos propios, no tenía los medios para adquirir algo ni remotamente parecido a eso, y aun si hubiera podido comprarlo, no habría tenido lugar para ocultarlo. ¿La solución? De nuevo la toalla de baño… bueno, en esa ocasión fueron dos; una por enfrente y una por detrás, y así se creaba la abertura en el atuendo de la peleadora de Kung- Fu.

Maravillosas tardes viví en esa época, en donde le daba rienda suelta a mi imaginación para transformarme en la mujer que tuviera en mente en ese momento. Conforme fui creciendo y me independicé, pude adquirir muchas de las cosas que soñaba cuando era una adolescente y lograr que mi apariencia femenina fuera más sofisticada. Pero, de cualquier modo, las horas de diversión y placer femenino vividas hace más de 20 años nadie me las quita.
¿Ustedes qué utilizaban para sacar a su nena interior? Cuéntenmelo todo en los comentarios.