Una de las muchas ventajas que tiene gustar de la ropa femenina, es la amplia variedad de prendas que se tienen para escoger,. En contraste con un guardarropa masculino, que se reduce a trajes, camisas, pantalones y zapatos de colores mayormente oscuros, un closet femenino es vivo, con colores que abarcan todo el rango visible del espectro electromagnético; faldas, minifaldas, vestidos, blusas, pantalones, medias, lencería… un amplio etcétera. Y, además de los tipos de prendas, tenemos las texturas, que son el tema de este post.
En mi caso, una gran parte de mi feminofilia está ligada directamente a las texturas, ya que la mayoría de las telas con las que se fabrican las prendas femeninas no están disponibles para ropa masculina y, si lo están, lucen bastante ridículas (como las camisas de seda, por ejemplo).
Seda, satén, encaje, nailon, lycra, charmeusse, raso, tul, tafetán y tantas otras que me hacen navegar por un mar de sensaciones deliciosas, cuando dichas telas entran en contacto con mi piel recién depilada. Cerrar los ojos y concentrarse en la manera en que las prendas me acarician, produciendo escalofríos y piel de gallina mientras me coloco un camisón para dormir. Sonreír al sentir las medias bajo mi pantalón de hombre en el trabajo y que nadie sospeche que las llevo puestas. Colocarse una falda y reparar en su suave caricia a cada paso.
Por todas estas cosas agradezco haber tenido la oportunidad de ser feminófila, porque, de no serlo, me estaría perdiendo de mucho.