Como feminófila de clóset que soy, las fechas que se avecinan brindan la oportunidad perfecta para estimular la imaginación, pero al mismo tiempo son una tortura. Hablo de Halloween y el Día de Muertos.
Al pasear por las calles es común ver cientos de disfraces de todos tipos y para todos los presupuestos: catrina, novia zombie, bruja, diablita; y, para las más atrevidas, enfermera, colegiala o mucama. Las telas con los que estos disfraces están hechos suelen ser de una suavidad exquisita, sin mencionar las pelucas, el maquillaje y los accesorios que acompañan a quien se caracteriza de los mencionados personajes. En fin, un sueño para cuaquier amante de la feminidad.
Quizás quienes sean dueñas de un carácter extrovertido encuentren en las fiestas de disfraces una oportunidad perfecta para dejar salir esa mujer que cada día es más difícil mantener quieta dentro de su ser, pero para mí no resulta tan fácil. No sé si es miedo al quedirán o a que sospechen de mi condición de travesti, pero la cuestión es que año tras año me quedo con las ganas de disfrazarme con un atuendo femenino.
Ahora que mi novia sabe de mi condición y la disfrutamos juntas, podría ser más sencillo hacer realidad esa fantasía de vestirme con un disfraz de mujer, pero el problema es que no tenemos un lugar para hacerlo. Pero en cuanto logremos poner nuestras manos en un refugio seguro, uno de mis objetivos será celebrar cada una de las tradiciones del año ataviada con el correspondiente disfraz de mujer.